¿Nos transforma la mirada del otro?
“El infierno son los otros”, escribía Jean-Paul- Sartre. Y es que los demás representan la diferencia, lo temible, la codicia, el miedo, la envidia o la incomprensión. Entonces, me pregunto, ¿por qué no conseguimos prescindir de ellos? La mirada del otro, para Jean-Paul Sartre, nos obliga a tener en cuenta su presencia. Las mirada del otro es un juez omnipresente que nos transforma en sujetos que pueden ser juzgados en cualquier instante, en cualquier lugar, aquí y ahora.
Para algunos sociólogos, con Erving Goffman en cabeza, nos pasamos toda nuestra vida representando un papel (nuestro personaje público) como si estuviéramos en el escenario de un teatro, donde los otros son los espectadores. Las relaciones con los demás descifra las actitudes (disposición a actuar) y aptitudes (habilidades y recursos) de cada uno de nosotros para corresponder a la imagen social que queremos dar de nosotros mismos. Así pues, las interacciones con los otros (interacciones sociales) se someten al juego evaluativo de la mirada de los demás, de la mirada de los otros, juego cuyo objetivo final es la aprobación de los demás.
Necesitamos al prójimo en la construcción de nuestra identidad individual, ya que gracias al otro aprendemos a realizarnos completamente. Con el prójimo todo es más difícil, sin embargo, sin él la existencia pierde su sabor. La vergüenza es un buen ejemplo para explicar las relaciones humanas. No se descubre al prójimo observándolo, sino sintiéndonos observados por él. Gracias a dicha mirada, podemos descubrir cómo nos percibe otra conciencia, cómo esa mirada se convierte en un muy buen profesor, aunque nos cuestione.
¿Hacia dónde se dirige la mirada del otro? Dos ojos, una, nariz, una boca, unos pómulos, unas cejas, unas pestañas, unos labios… La cara es el primer estímulo que se percibe de nosotros, donde pone el acento la mirada del otro, el barco que alumbra el faro del prójimo. Desde que nacemos ponemos la atención en la cara del otro o de los otros y éstos en nosotros. Existimos porque nos miran y de esta conciencia de ser mirados nace nuestro existir. Pero esta cara no es inocente. Por su fragilidad nos recuerda la debilidad inherente a la naturaleza humana y por eso nos llama la atención. Nos hace sentirnos responsables del prójimo, siendo el primer paso de la ética que evita reducir al prójimo a sí mismo para reconocerlo en su individualidad y singularidad, siendo la primera etapa de la filosofía que coloca al prójimo en el centro de nuestra relación con el mundo.
José Ramón Moreno Miranda.